Esta foto fue tomada por Egilda Gómez y es la imagen favorita de Luigi porque siente que lo retrata tal cual es.
Verónica I. Figueiral D. / Para entonces, cursante de Entrevista Periodística. Fecha: 21-01-10
Fue algo más que un francotirador de clics. Era el fotógrafo más atrevido y temible de los últimos tiempos. Para él se trataba de captar a las personas en su dimensión más apetecible: la humana. Esta entrevista imaginaria data de 1986, cuando recibe el premio “Edmundo ‘Gordo’ Pérez”
Verónica I. Figueiral D. / Para entonces, cursante de Entrevista Periodística. Fecha: 21-01-10
Había pasado la noche celebrando con sus compañeros de trabajo el pago de las utilidades. Amaneció en el mercado de Quinta Crespo, lugar en el que desayunó. Repentinamente vio a un caballito castaño que arrastraba una carreta y recordó que le había prometido a su hija un poni, por lo que no dudó en invertir todo su dinero en ese ingenioso obsequio. Lo llevó por la avenida Baralt, pasó por Cotiza hasta San Bernardino y allí hizo que subiera por las escaleras hasta el tercer piso del edificio. Ese animal era un sueño de niños, un sueño de poetas que culminó con la aclaratoria de su esposa, una indígena del Amazonas: el regalo no era un poni, se trataba de una mula. Para Tomás Eloy Martínez la confusión de este personaje se debió a que “está acostumbrado a ver los dobleces de la realidad”.
Luigi Scotto protagonizó esta historia hace unos cuantos años atrás, durante una de las primeras navidades que celebró en el país, luego de que arribara a Venezuela en 1947. Desde entonces no ha cambiado. Luigi sigue siendo el romano que suspira por su pueblo, el intelectual con corazón de artista, el heredero de los gustos de su padre: el periodismo y la poesía. Hay algo que en su vida, a sus 66 años de edad, continúa estando presente, que no pasó inadvertido, que ocupa sus pensamientos y lo enloquece: la fotografía.
—Yo mientras me cepillo los dientes, muy temprano en la mañana, lo primero que tengo en la mente es la imagen fotográfica. Vivo para ella y no hay alguien que me saque de eso. Es una locura y raya en obsesión. Hasta sueño de noche con la foto impactante. Y es que seguiré siendo reportero gráfico hasta que el dedo, el ojo y la mente me lo permitan.
Retratar a pesar del peligro
Es tanto el amor que siente por su oficio que en situaciones extremas no piensa en su vida, sólo en la imagen. Prueba de ello es que participara en la Segunda Guerra Mundial como periodista gráfico y que en 1961 viajara a cubrir el asesinato del dictador Leónidas Trujillo. Por esa misma época se trasladó al sur de Venezuela, cuando guerrilleros colombianos atravesaban el Orinoco huyendo de la represión. En uno de sus viajes en curiara estuvo a punto de naufragar debido a un aguacero torrencial, y en ese momento sólo se le ocurrió tomar sus rollos fotográficos, abrirse la camisa y amarrárselos al cuerpo.
Y es ese mismo amor a su carrera el que por estas fechas lo condujo a ganarse el premio “Francisco Edmundo ‘Gordo’ Pérez”, que anualmente otorga el diario El Nacional a la labor más destacada.
—Este reconocimiento me halaga mucho y me hace sentir vivo en mi profesión. En realidad no me lo esperaba. He tratado de coger la seña que me dio el mánager, el gran mánager Miguel Otero Silva, cuando me llamó hace dos años. Para entonces me dijo que quería que yo mostrara al público esta sociedad post-petrolera, postrada, envilecida, pero con grandes valores de recuperación que sólo espera la orden de “vuelvan caras”. Creo que en parte lo he logrado.
—Además se siente admirador reverencial del inmortal Edmundo “Gordo” Pérez.
—Y también de Luis Noguera. Pero mira chica eso no quiere decir que no haya fotógrafos competentes y tan diestros en el uso de la cámara. Ahora lo que necesitamos es que los jóvenes gocen de libertad para crear. De ninguna manera deben estar atados a los intereses y compromisos que tienen los dueños de los medios. Creo que gracias a la libertad con la que he trabajado fui galardonado en 1980 con el Premio Nacional de Periodismo Fotográfico.
Desde la sala de su casa, quinta “La Guarimba”, ubicada en San Bernardino, Luigi responde a las preguntas con un notable acento italiano, pero con la jerga venezolana a flor de labios.
La cámara indiscreta de Caracas
Luigi Scotto luce una inmensa chaqueta, la bota de los pantalones bien ancha y un sombrero de hilo tejido. Acostumbra cerrar su mano izquierda y envolver ese puño con la derecha. Encima del soporte que construye, fija su barbilla como si deseara conseguir el equilibrio de las esculturas que tanto preocupaba a los romanos. Sus bigotes perfectamente recortados y su amplia frente recuerdan a un joven que, con su saco de hombreras exageradas, hace cuarenta años se sentaba en la Plaza Bolívar con una cámara Leica colgando del cuello.
Fue en este lugar y en esa época cuando un hombre le comentó que en Últimas Noticias necesitaban a un fotógrafo. “¿Qué es Últimas Noticias?”, preguntó Luigi. Una vez enterado buscó el trabajo y lo consiguió. Así inició su labor de reportero gráfico en Venezuela hasta convertirse en la cámara indiscreta de Caracas que es hoy en día, capaz de captar a una reina de belleza con los cachetes chupados y al mismísimo Luis Herrera Campins subiéndose los pantalones en los actos oficiales. Su lente pone a temblar a los funcionarios públicos. “¡Cuidado que llegó Scotto!”, pareciera ser el pensamiento común. Una vez lo sacaron del templo en donde Campis oía misa cuando quiso hacer una secuencia de fotografías.
—Los escoltas no me hicieron daño, tú sabes: me sacaron cargado suavemente, por encima de la multitud y me pusieron al lado del vendedor de raspados. (En tono burlón) Esa vez me convertí en San Luigi de la Leica.
—¿Por qué quería captar a Luis Herrera Campins mientras oía misa?
—Mi preocupación no es tanto la de reproducir una imagen tal como es, en carne y hueso. Un poco en broma han llamado a mi fotografía en cierta época, radiografía del subconsciente. Me interesa Campins comulgando si afuera hay una protesta por la falta de agua. Una vez dije que Pérez Jiménez sólo me interesaba cuando empezaba a transpirar en los actos oficiales. Era casi mortificante para él sacar el pañuelo y lo hacía lentamente, mirando el piso, como resignado. Para mí se trata de la búsqueda del dato que desentona, de un ángulo oculto y más interior, de la caricatura de lo que somos.
De hecho Luigi estudia y analiza a sus personajes. Diariamente registra datos, conceptos e impresiones en su libreta.
—Ya que menciona la preocupación de reproducir una imagen tal como es, precisamente esto es lo que separa al fotoperiodismo de la ficción, ¿no es así?
—Sí. El fotoperiodismo se halla en el punto en el que no se miente, en el que no se manipula, en el que se obtiene una imagen lo más cercana a la realidad posible.
—¿En esta escuela se ubica el trabajo fotográfico de Luigi Scotto?
—Correcto, aunque como te dije, no es mi preocupación fundamental. Pero sí, en la estirpe de los fotógrafos agresivos y escandalosos, siempre fieles a la realidad. Nunca le he dicho a alguien que sonría, se peine o actúe de una determinada manera. Apegado a este principio he hecho de todo: amarillismo, sensacionalismo, retratos psicológicos, imágenes glamurosas, paisajismo, erotismo, fotos muy fuertes de torturas y fusilamientos. Trabajé como corresponsal de guerra en Libia y Egipto, cubrí la crisis del Canal de Suez y, en cuanto a la prensa venezolana, laboré desde en La Verdad hasta en El Diario de Caracas.
—A propósito de esto, ¿por qué abandonó el proyecto de El Diario de Caracas, siendo usted uno de los fundadores?
—El proyecto fue una bella aventura, pero duró sólo un año. La empresa cambió de línea editorial y bajó la guardia. De periódico agresivo y bien informado se transformó en vocero de la farándula al servicio de un canal de televisión.
La otra cara del fotógrafo
Luigi —o Luis— Calcagno Scotto cuenta en un tono susurrante, que mantuvo durante toda la entrevista, que se casó dos veces: la primera con una india —con la que tuvo dos hijas, Juana y Claudia, hoy ya profesionales de la biología y de la cerámica— y la segunda con una joven venezolana amante de la música y de los libros —tuvo a Yara y a Rina, dos adolescentes para la fecha. Se nota que disfruta un largo conversar, en compañía de una copa de vino.
—¿Cuál es su libro favorito?
—Leo mucho. Más vale preguntarme por mis escritores favoritos: Whitman, Eliot y Pound. Siempre llevo en mi maletín de lentillas, luces y rollos blanco y negro una edición bilingüe de ellos.
—¿Quiénes han sido los maestros de Luigi?
—Mucho he aprendido de Erich Salomón y Henri Cartier Bresson.
—Algunos críticos escriben sobre su nostalgia, ¿a qué o a quién añora?
—A mi madre, una actriz dramática que venía a visitarme cada dos años.
—¿Cuál es su secreto mejor guardado?
—Me cuesta confesar que escribo versos porque siento que me pegarán la chapa de fotógrafo-poeta.
—¿Tiene algún miedo?
—No quiero pensarlo, pero temo que Caracas siga siendo el río de cemento que hoy en día es. La gente ya no sonríe. Yo conocí al verdadero criollo: simpático, honesto y bonachón. Pero las ciudades cambian, y con ellas los hombres.
—Yo mientras me cepillo los dientes, muy temprano en la mañana, lo primero que tengo en la mente es la imagen fotográfica. Vivo para ella y no hay alguien que me saque de eso. Es una locura y raya en obsesión. Hasta sueño de noche con la foto impactante. Y es que seguiré siendo reportero gráfico hasta que el dedo, el ojo y la mente me lo permitan.
Retratar a pesar del peligro
Es tanto el amor que siente por su oficio que en situaciones extremas no piensa en su vida, sólo en la imagen. Prueba de ello es que participara en la Segunda Guerra Mundial como periodista gráfico y que en 1961 viajara a cubrir el asesinato del dictador Leónidas Trujillo. Por esa misma época se trasladó al sur de Venezuela, cuando guerrilleros colombianos atravesaban el Orinoco huyendo de la represión. En uno de sus viajes en curiara estuvo a punto de naufragar debido a un aguacero torrencial, y en ese momento sólo se le ocurrió tomar sus rollos fotográficos, abrirse la camisa y amarrárselos al cuerpo.
Y es ese mismo amor a su carrera el que por estas fechas lo condujo a ganarse el premio “Francisco Edmundo ‘Gordo’ Pérez”, que anualmente otorga el diario El Nacional a la labor más destacada.
—Este reconocimiento me halaga mucho y me hace sentir vivo en mi profesión. En realidad no me lo esperaba. He tratado de coger la seña que me dio el mánager, el gran mánager Miguel Otero Silva, cuando me llamó hace dos años. Para entonces me dijo que quería que yo mostrara al público esta sociedad post-petrolera, postrada, envilecida, pero con grandes valores de recuperación que sólo espera la orden de “vuelvan caras”. Creo que en parte lo he logrado.
—Además se siente admirador reverencial del inmortal Edmundo “Gordo” Pérez.
—Y también de Luis Noguera. Pero mira chica eso no quiere decir que no haya fotógrafos competentes y tan diestros en el uso de la cámara. Ahora lo que necesitamos es que los jóvenes gocen de libertad para crear. De ninguna manera deben estar atados a los intereses y compromisos que tienen los dueños de los medios. Creo que gracias a la libertad con la que he trabajado fui galardonado en 1980 con el Premio Nacional de Periodismo Fotográfico.
Desde la sala de su casa, quinta “La Guarimba”, ubicada en San Bernardino, Luigi responde a las preguntas con un notable acento italiano, pero con la jerga venezolana a flor de labios.
La cámara indiscreta de Caracas
Luigi Scotto luce una inmensa chaqueta, la bota de los pantalones bien ancha y un sombrero de hilo tejido. Acostumbra cerrar su mano izquierda y envolver ese puño con la derecha. Encima del soporte que construye, fija su barbilla como si deseara conseguir el equilibrio de las esculturas que tanto preocupaba a los romanos. Sus bigotes perfectamente recortados y su amplia frente recuerdan a un joven que, con su saco de hombreras exageradas, hace cuarenta años se sentaba en la Plaza Bolívar con una cámara Leica colgando del cuello.
Fue en este lugar y en esa época cuando un hombre le comentó que en Últimas Noticias necesitaban a un fotógrafo. “¿Qué es Últimas Noticias?”, preguntó Luigi. Una vez enterado buscó el trabajo y lo consiguió. Así inició su labor de reportero gráfico en Venezuela hasta convertirse en la cámara indiscreta de Caracas que es hoy en día, capaz de captar a una reina de belleza con los cachetes chupados y al mismísimo Luis Herrera Campins subiéndose los pantalones en los actos oficiales. Su lente pone a temblar a los funcionarios públicos. “¡Cuidado que llegó Scotto!”, pareciera ser el pensamiento común. Una vez lo sacaron del templo en donde Campis oía misa cuando quiso hacer una secuencia de fotografías.
—Los escoltas no me hicieron daño, tú sabes: me sacaron cargado suavemente, por encima de la multitud y me pusieron al lado del vendedor de raspados. (En tono burlón) Esa vez me convertí en San Luigi de la Leica.
—¿Por qué quería captar a Luis Herrera Campins mientras oía misa?
—Mi preocupación no es tanto la de reproducir una imagen tal como es, en carne y hueso. Un poco en broma han llamado a mi fotografía en cierta época, radiografía del subconsciente. Me interesa Campins comulgando si afuera hay una protesta por la falta de agua. Una vez dije que Pérez Jiménez sólo me interesaba cuando empezaba a transpirar en los actos oficiales. Era casi mortificante para él sacar el pañuelo y lo hacía lentamente, mirando el piso, como resignado. Para mí se trata de la búsqueda del dato que desentona, de un ángulo oculto y más interior, de la caricatura de lo que somos.
De hecho Luigi estudia y analiza a sus personajes. Diariamente registra datos, conceptos e impresiones en su libreta.
—Ya que menciona la preocupación de reproducir una imagen tal como es, precisamente esto es lo que separa al fotoperiodismo de la ficción, ¿no es así?
—Sí. El fotoperiodismo se halla en el punto en el que no se miente, en el que no se manipula, en el que se obtiene una imagen lo más cercana a la realidad posible.
—¿En esta escuela se ubica el trabajo fotográfico de Luigi Scotto?
—Correcto, aunque como te dije, no es mi preocupación fundamental. Pero sí, en la estirpe de los fotógrafos agresivos y escandalosos, siempre fieles a la realidad. Nunca le he dicho a alguien que sonría, se peine o actúe de una determinada manera. Apegado a este principio he hecho de todo: amarillismo, sensacionalismo, retratos psicológicos, imágenes glamurosas, paisajismo, erotismo, fotos muy fuertes de torturas y fusilamientos. Trabajé como corresponsal de guerra en Libia y Egipto, cubrí la crisis del Canal de Suez y, en cuanto a la prensa venezolana, laboré desde en La Verdad hasta en El Diario de Caracas.
—A propósito de esto, ¿por qué abandonó el proyecto de El Diario de Caracas, siendo usted uno de los fundadores?
—El proyecto fue una bella aventura, pero duró sólo un año. La empresa cambió de línea editorial y bajó la guardia. De periódico agresivo y bien informado se transformó en vocero de la farándula al servicio de un canal de televisión.
La otra cara del fotógrafo
Luigi —o Luis— Calcagno Scotto cuenta en un tono susurrante, que mantuvo durante toda la entrevista, que se casó dos veces: la primera con una india —con la que tuvo dos hijas, Juana y Claudia, hoy ya profesionales de la biología y de la cerámica— y la segunda con una joven venezolana amante de la música y de los libros —tuvo a Yara y a Rina, dos adolescentes para la fecha. Se nota que disfruta un largo conversar, en compañía de una copa de vino.
—¿Cuál es su libro favorito?
—Leo mucho. Más vale preguntarme por mis escritores favoritos: Whitman, Eliot y Pound. Siempre llevo en mi maletín de lentillas, luces y rollos blanco y negro una edición bilingüe de ellos.
—¿Quiénes han sido los maestros de Luigi?
—Mucho he aprendido de Erich Salomón y Henri Cartier Bresson.
—Algunos críticos escriben sobre su nostalgia, ¿a qué o a quién añora?
—A mi madre, una actriz dramática que venía a visitarme cada dos años.
—¿Cuál es su secreto mejor guardado?
—Me cuesta confesar que escribo versos porque siento que me pegarán la chapa de fotógrafo-poeta.
—¿Tiene algún miedo?
—No quiero pensarlo, pero temo que Caracas siga siendo el río de cemento que hoy en día es. La gente ya no sonríe. Yo conocí al verdadero criollo: simpático, honesto y bonachón. Pero las ciudades cambian, y con ellas los hombres.
NOTA
Luigi Scotto murió en 1992 víctima de un cáncer. Por tanto, todos los datos sobre este personaje fueron extraídos de trabajos periodísticos publicados en la prensa nacional entre 1969 y 1992, suministrados por el diario El Nacional. Algunas de las declaraciones de Scotto fueron extraídas de las fuentes anteriormente mencionadas. También se tomó la anécdota del poni de un texto leído en clases por el profesor Sebastián de la Nuez.