jueves, 11 de febrero de 2010

Guillermina también espera

Limpia un apartamento en el que el tapizado de cuero, la cerámica italiana, las mesas y repisas de mármol y los adornos de cristal saltan a la vista.


El hampa golpea incesantemente la vida de Guillermina Cardozo: su hijo y cuatro de sus siete hermanos han muerto abaleados. Es víctima de la inestabilidad laboral, del colapso en los servicios públicos y de la inflación. Cree que algún día las cosas cambiarán y, como un personaje de Esperando a Godot, aguarda con osadía

Verónica I. Figueiral D. / Para entonces, cursante de la cátedra Entrevista Periodística. Fecha: 24-11-09.

A sus 50 años, Guillermina Cardozo continúa levantándose de la cama a las cinco de la mañana. Prepara el desayuno, ordena su casa —una vivienda humilde de 62 metros cuadrados, tres cuarticos, cocina y sala— y se alista para salir a trabajar. En el instante en el que abre la puerta de su morada, ubicada en el sector El Rosario del barrio Las Minas de Baruta, la impregna un olor a “alimentos podrios y a pañales desechables usados”. Al bajar cinco escalones, se encuentra en el callejón Las Palmas, que mide metro y medio de ancho, y se halla atiborrado de basura. A su paso por el lugar, Guillermina Cardozo “cual saltamontes” va esquivando las grandes cantidades de desperdicios. “No sólo hay basura regada por los perros y por los indigentes, también hay invasión de moscas, cucarachas y ratas tan grandes como gatos”.

Al salir del callejón Las Palmas, Guillermina Cardozo diariamente sube al menos cincuenta escalones. Luego, espera un carrito por puesto que la traslada hasta la entrada principal del barrio. Allí toma un autobús que, según el día, la lleva hasta La Trinidad o hasta Terrazas del Club Hípico. En estas urbanizaciones, Cardozo labora limpiando apartamentos: uno por día (cien bolívares), cinco por semana (quinientos bolívares), veinte por mes (2000 bolívares). Posee este oficio desde los trece años, cuando su mamá le exigió que trabajara.

Durante 45 minutos de plática, Guillermina Cardozo reseñó tales detalles de su vida, pues aunque en un principio la entrevista había sido planificada para realizarse en su casa, Cardozo cambió de opinión porque “a El Rosario sólo entran los que viven allí”. Por tanto, la conversación se desarrolló en una panadería al inicio del barrio Las Minas de Baruta.

—¿De qué manera la afecta el plan de racionamiento de agua que Hidrocapital inició el lunes 2 de noviembre?

—Me afecta en que me puedo quedar sin empleo. Si no hay agua, ¿cómo voy a trabajá?, ¿cómo voy a limpiá? Sin agua no puedo lavá ni planchá la ropa. Y en el barrio me falta hasta dos días seguidos. Yo tengo un tanquecito que se va en una sola lavadora.

EL SUELDO, CADA VEZ MENOS

De acuerdo con información de Hidrocapital, el líquido vital se restringirá los días miércoles y jueves en las urbanizaciones La Trinidad y Terrazas del Club Hípico. De esta manera, Guillermina Cardozo quedará parcialmente desempleada y su sueldo se reducirá a trescientos bolívares semanales.

El esposo de Cardozo, El Negro, gana poco más del sueldo mínimo, pues carece de un empleo fijo. Ambos mantienen su hogar —en el que vive la única hija de este matrimonio, Karina, junto a su esposo e hijo— y el de la mamá de Guillermina, Rosalía Pérez, quien sufre de osteoporosis.

—El sueldo no rinde. Me la veo apretá. Ya un pescadito cuesta 45 bolos y un kilo de pechuga de pollo ya son veintiocho. Carne compro muy poca. Sólo en el recibo de la luz se me van 110 bolos y me falta por lo menos dos veces por semana. Una vez llegué a la casa y me olía a podrio. Pensé que era la basura que tengo que guardar en mi casa. Cuando abrí la nevera me di cuenta que con tantos apagones se había dañado. Y ni hablar de los gastos que uno no tiene previsto. El otro día le cobraron a mi hija 400 bolos por una cordial [muela cordal].

Cardozo no para de hablar cuando se le coloca una grabadora en frente, como si sintiera un alivio ante el hecho de que sus denuncias son escuchadas.

—¿Por qué tiene que guardar la basura dentro de su casa?

—Porque Fospuca tarda hasta nueve días en recoger la basura y no tenemos pipotes para echarla. La gente la pone en el callejón o la guarda en su casa. Cuando se acumula, la subimos hasta el botadero, a media hora de Las Palmas.

“A MI HIJO LO MATÓ UN PACO POR ERROR”

Cualquier persona que observe con detenimiento a Guillermina Cardozo jamás imaginaría su historia de vida. Tiene 37 años trabajando y no se ve cansada. Dio a luz a su primer hijo —Nelson— a los 16. Manuel nació cuando tenía 18 y Karina cuando contaba con 22, edad con la que culminó el sexto grado de educación básica. Pero Guillermina no luce envejecida: su cabello muestra pocas canas —y nunca se lo ha teñido—, su cara posee contadas arrugas y reluce fresca. A pesar de que en su primera relación amorosa sufrió mucho —su pareja se embriagaba diariamente, abusaba sexualmente de ella, le pegaba y le robaba el dinero—, sus ojos no reflejan tristeza, quizás oculta su dolor, pues siempre mantiene una sonrisa en su rostro ovoide y blanquecino. Cuando cuenta la muerte de su hijo Manuel, su chirriante voz se torna suave y hasta alcanza un tono maternal.

—A mi hijo lo mató un paco por error. Manuel tenía 22 años y no era un santo, él desafortunadamente se endrogaba. Una noche regresaba a la casa y una bala perdida le perforó el tórax y también el pulmón. El paco, que perseguía a un ladrón, me lo dejó ahí tirado. Fueron sus amigos, unos malandros del barrio, los que lo llevaron al hospital Domingo Luciani. Mi hijo murió en el camino. Eso fue en el 2003, en ese año también mataron a mi hermano.

—¿Quién mató a su hermano?

—Mi hermano era bodeguero y unos malandros que estaban endrogados lo mataron para robarle el dinero que tenía en la caja [registradora]. Le dieron cuatro tiros. Un año después, dos de mis hermanos murieron a causa de dos balas perdidas. Hace un año, mi sobrina endrogada asesinó a mi hermano, quien días antes le había dado una pela para hacerla entrar en razón. Lo mató cuando iba entrando a su casa, ubicada en el barrio Ojo de Agua. Los otros murieron en Las Minas.

—¿Su sobrina está presa?

—¡Qué va a estar presa! Si ella les paga a los pacos.

TODAVÍA SUEÑA

—Hay quienes dicen que la última y definitiva justicia es el perdón. ¿Usted podrá perdonar a quienes les han hecho daño?

—Sólo Dios perdona. Yo creo en Dios, en la Virgen de Guadalupe y en la Virgen de Betania. Voy a misa todos los domingos. Pero no creo en la sociedad, ni en los policías porque lo que hacen es endrogarse. Sólo creo en la justicia divina, que es la de Dios.

—¿Desde cuándo existen estas problemáticas en su comunidad?

—Desde siempre, pero durante el gobierno de Chávez todos estos problemas han subido. Yo no creo en ningún Chávez porque Chávez es puro embuste. Creo en la oposición.

—¿Tiene esperanzas de que esto cambie?

—El problema es que el venezolano sabe quién roba, quién mata, quién es el policía corrupto y quién vende drogas, pero calla por temor. Cuando denuncio algo en el barrio me amenazan de muerte. [Breve pausa] Yo aún sueño con que las cosas cambien. Algún día llegará. La esperanza es lo último que se pierde. Será seguir esperando.

En este instante, Guillermina Cardozo —vestida con un pantalón de tela azul, una franela blanca de algodón y unos zapatos deportivos— agradeció la entrevista. Y se despidió una Guillermina que no tiene tiempo libre —lleva las riendas de su hogar y del de su mamá—, que no mira novelas, que tiene veinticinco años sin ir al cine, que adora las canciones de Óscar de León, que lee el periódico muy poco y que ya no baila porque cree estar muy vieja para hacerlo. Una Guillermina Cardozo carismática y que tiene los pies bien puestos en la realidad que le ha tocado vivir.

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